Interludio
Las calles estaban desiertas, excepto quiza por los espectros que pudiesen habitar en aquella espesa niebla que convertia la llama de las añejas lamparas de gas en pequeñas estrellas anaranjadas, cuya luz hacia que los humedos adoquines del suelo brillasen como las ondulaciones del agua de algún olvidado lago a la luz de la luna. El eco de los pasos del unico transeunte que surcaba las calles en ese momento se hubiese antojado para algunos como el anuncio de la llegada de algún lúgubre visitante, de inciertas pero presumiblemente nefastas intenciones.
Decididamente era una noche que acompañaba al proposito que el solitario caballero tenia. Una noche de niebla anaranjada fluyendo por las calles como si de unos fantasmales zarcillos se tratasen, buscando a su objetivo de forma lenta pero implacable, y luego tornandose de un brillante tono de sangre fresca a medida que la luz de los faroles se adaptaba a la zona donde esperaba, sin saberlo, su presa.
Era uno de esos barrios que nada tenia que envidiar al infame White Chapel. La carne que se vendia en su mercado si bien podia considerarse como un bocado más exquisito que cualquier comida también señalaba la decadencia y la falta de moral que reinaba entre esas calles. El extraño ambiente nocturno hizo que incluso las más veteranas de las damas que prestaban sus servicios fuesen reticentes a mostrar sus encantos fuera del refugio de sus portales, y donde parecía centrarse la mayor parte de la cleintela esa noche era en los distintos, pero no distinguidos clubes nocturnos.
El caminante prosiguió su deambular, aparentemente perdido en sus pensamientos, ignorando cualquier oferta por suave, joven, virginal, experimentada, morbosa, hermosa, atractiva o atrevida que fuera, hasta que llegó frente a un viejo edificio de tres plantas, que con haces de luz carmesía brillando amortiguada a través de las ventanas parecía una invitadora puerta al infierno. Camino hasta el mismo umbral del edificio, y entre los ecos apagados de los suspiros y gritos de los clientes que hacian uso de los servicios que la casa ofrecía, el tañir de una vieja campana de bronce anunció su llegada.
Decididamente era una noche que acompañaba al proposito que el solitario caballero tenia. Una noche de niebla anaranjada fluyendo por las calles como si de unos fantasmales zarcillos se tratasen, buscando a su objetivo de forma lenta pero implacable, y luego tornandose de un brillante tono de sangre fresca a medida que la luz de los faroles se adaptaba a la zona donde esperaba, sin saberlo, su presa.
Era uno de esos barrios que nada tenia que envidiar al infame White Chapel. La carne que se vendia en su mercado si bien podia considerarse como un bocado más exquisito que cualquier comida también señalaba la decadencia y la falta de moral que reinaba entre esas calles. El extraño ambiente nocturno hizo que incluso las más veteranas de las damas que prestaban sus servicios fuesen reticentes a mostrar sus encantos fuera del refugio de sus portales, y donde parecía centrarse la mayor parte de la cleintela esa noche era en los distintos, pero no distinguidos clubes nocturnos.
El caminante prosiguió su deambular, aparentemente perdido en sus pensamientos, ignorando cualquier oferta por suave, joven, virginal, experimentada, morbosa, hermosa, atractiva o atrevida que fuera, hasta que llegó frente a un viejo edificio de tres plantas, que con haces de luz carmesía brillando amortiguada a través de las ventanas parecía una invitadora puerta al infierno. Camino hasta el mismo umbral del edificio, y entre los ecos apagados de los suspiros y gritos de los clientes que hacian uso de los servicios que la casa ofrecía, el tañir de una vieja campana de bronce anunció su llegada.
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