Un Relato para romper el hielo
La joven muchacha de cabellos cobrizos empezaba a aburrirse. La fiesta era como tantas otras y los invitados, a los que ya conocía le resultaban bastante insulsos. Vago entre la multitud que se congregaba en la sala de baile, jugando con un rizo que caía sobre sus pálidos hombros mientras observaba esperando ver algún rostro nuevo. No paso mucho hasta que sus ojos color miel dieron con unos de una tonalidad azul claro que recordaba a un glaciar. El dueño de dichos ojos parecía un hombre maduro, de cabellos grises y tez bronceada, unas arrugas bordeaban la comisura de sus labios y sus ojos. A pesar de su obvia diferencia de edad la joven no pudo reprimir un escalofrío provocado por la extraña atracción que ejercía el hombre sobre ella y por la intensidad con la que éste le miraba. Ambos se abrieron paso el uno hacia el otro a través de la sala de baile, esquivando un sinfín de parejas que seguían danzando. Cuando se encontraron frente a frente, pese a que ninguna palabra surgió de ninguno de los dos, se juntaron y comenzaron a bailar como en respuesta a una propuesta que nunca existió. Bailaron, bebieron y se estudiaron sin apenas intercambiar sus nombres. La joven se llamaba Lucienne, el enigmático caballero Vincent.
Cuando la fiesta se dio por acabada la joven siguió al caballero movida por esa indescriptible fascinación que él le producía. Tras ayudar a la muchacha a ponerse su plateada capa Vincent le acompaño hasta un carruaje que le esperaba. El carruaje era de una madera negra y brillante, tirado por dos corceles del mismo tono azabache. El conductor, un extranjero de piel tiznada aunque tan impecablemente vestido como si fuese el conductor de un carro de alguna familia real, se apresuro a abrirles la puerta haciéndoles una reverencia sin levantar en ningún momento la mirada hacia ellos. Ella accedió al interior del carruaje, produciendo un leve susurro los ricos tejidos de su vestido al acomodarse en el asiento forrado en un satén del color brillante de un vino añejo. Él entró después, cerrando la puerta y corriendo las cortinas como si quisiese preservar a su acompañante de cualquier mirada ajena. Ni ella ni él hablaron, pero estrecharon sus manos y no dejaron de mirarse a los ojos durante el viaje, como presas de un encantamiento.
Tras un tiempo que ella no podría haber precisado el carruaje se detuvo y él, precediéndola, le ayudo a bajarse delante de una hermosa, aunque algo intranquilizadora mansión. Esta tenia una estructura clásica que no desentonaba con la moda de la época, aunque provocaba una sensación como de melancolía. Un camino enlosado con piedras grises de distintos tamaños y formas y rodeados por unos arcos en los que crecían unos rosales, que incluso en esas ultimas semanas de verano, mostraban unas hermosas flores. Para cuando ella pudo apartar sus ojos de tan evocador panorama el carruaje ya se había ido hace un rato, sin hacer ruido alguno o al menos sin captarlos ella. Aceptando sin pensar el brazo de Vincent ambos caminaron juntos a través del sendero, disfrutando de la brisa nocturna que hacia que se dispersase la sempiterna niebla de Londres.
La puerta se abrió al poco de pisar los escalones del pórtico, sin que Lucienne supiese quien se había encargado de hacerlo, aunque apenas se percató, presa aún del inexplicable interés que el maduro caballero despertaba en ella. Cruzaron el amplio recibidor sin prestar atención alguna a los hermosos cuadros que, por lo poco que percibió ella debían de retratar a diversos familiares de Vincent. Subieron las escaleras de forma ceremoniosa, notándolas crujir levemente bajo sus pisadas. Surcaron el largo pasillo elegantemente decorado sin detenerse hasta cruzar el umbral del dormitorio del señor de la casa. Lucienne se sorprendió al notar que ese era su deseo, oculto hasta ahora. Sin darse cuenta un brillante fuego de la pasión se había prendido en su joven alma, y poco a poco amenazaba con consumirla. Vincent quizás contagiado de esa pasión, quizás consciente de ella le tomo en brazos con una fuerza que inesperadamente se ocultaba tras su envejecido aspecto y, apartando con cuidado las cortinas del dosel de la cama, postro a la acalorada joven en su lecho.
Lucienne no podía ver nada que no fuese él, no podía oír más que el rítmico latir de su corazón y no anhelaba más que sentir sus caricias. El hombre, con una facilidad propia tan solo de alguien con experiencia en esas lides, no tardó mucho en privar a la hermosa joven de sus lujosas vestimentas. El cuerpo de Lucienne se retorcía ansioso sobre las sabanas de seda gris, intentando por un ultimo arrebato de pudor cubrir con sus piernas su femenino cáliz. Su cuerpo, de piel blanca y tersa, con sus pechos subiendo y bajando al ritmo de su agitada respiración, coronados por dos dorados pezones que siempre habían permanecido ocultos a la vista de cualquier hombre, y el delicioso tesoro que se intuía por los rojizos cabellos que se arremolinaban tras la cobertura que intentaban ofrecer las bien formadas piernas. Para cualquier hombre hubiese costado permanecer firme y no dejarse arrastrar por los instintos que conlleva la envoltura carnal, pero Vincent lo contemplaba como si fuese una hermosa obra de arte, con los ojos brillando de admiración ante la hermosura que a la joven dama había dotado la juventud. Poco a poco alargo una de sus manos, más frías al tacto de lo que Lucienne había esperado, hacia el cuerpo de la muchacha, tocando suavemente una suave melodía de caricias que termino de inflamar la pasión en el alma de la joven. Las suaves aunque arrugadas manos recorrieron desde el primero hasta el ultimo de los rincones del cuerpo de Lucienne, provocando con ello que su excitación y su deseo aumentase. El tesoro que con tanto afán intentaba ocultar ella yacía ahora expuesto, dispuesto a aceptar aquello que ella deseaba que el hombre le ofreciese. Éste, como por arte de magia parecía haberse desnudado sin que ella lo percibiese y yacía ahora sobre ella, mirando con sus misteriosos ojos del color del hielo polar más allá de los brillantes ojos color miel de la sonrojada dama, parecía estar contemplando una parte de su alma. Ella noto que el hombre se unió por fin a ella, despertando con ello sensaciones de dolor y placer que hicieron que su cuerpo se retorciese inquieto. La suave melodía de caricias se convirtió en un concierto de sensaciones que proporcionaban a la joven un placer inmenso y la sumían aun más en un estado de éxtasis. Pese a la inexperiencia de Lucienne el dolor inicial dio paso enseguida a oleada tras oleada de placenteras emociones, hasta dejarla sin sentido.
Vincent, aun sobre el cuerpo de su reciente amante aproximó su rostro al de ella, juntando los labios en un suave beso. Mientras sus labios se separaban una brillante neblina surgió de la boca de rojizos labios de la joven para acompañar a la del caballero hasta introducirse en su interior. El cuerpo de Lucienne, cuya respiración era tranquila tras el arrebato pasional, empezó a detener su ritmo vital, hasta yacer inerte al poco, aun cubierta por el sudor y las fragancias de una joven que ha descubierto el amor carnal. Vincent se levanto de la cama, apartando las cortinas del dosel y se dirigió con paso tranquilo aunque seguro a su baño. El rostro bronceado de piel lisa y suave, labios de sensuales contornos, cabellos negros como la noche y ojos de un azul gélido de un joven le devolvieron la mirada desde el espejo. En sus labios se perfiló una sonrisa que no conocía de culpa alguna
Cuando la fiesta se dio por acabada la joven siguió al caballero movida por esa indescriptible fascinación que él le producía. Tras ayudar a la muchacha a ponerse su plateada capa Vincent le acompaño hasta un carruaje que le esperaba. El carruaje era de una madera negra y brillante, tirado por dos corceles del mismo tono azabache. El conductor, un extranjero de piel tiznada aunque tan impecablemente vestido como si fuese el conductor de un carro de alguna familia real, se apresuro a abrirles la puerta haciéndoles una reverencia sin levantar en ningún momento la mirada hacia ellos. Ella accedió al interior del carruaje, produciendo un leve susurro los ricos tejidos de su vestido al acomodarse en el asiento forrado en un satén del color brillante de un vino añejo. Él entró después, cerrando la puerta y corriendo las cortinas como si quisiese preservar a su acompañante de cualquier mirada ajena. Ni ella ni él hablaron, pero estrecharon sus manos y no dejaron de mirarse a los ojos durante el viaje, como presas de un encantamiento.
Tras un tiempo que ella no podría haber precisado el carruaje se detuvo y él, precediéndola, le ayudo a bajarse delante de una hermosa, aunque algo intranquilizadora mansión. Esta tenia una estructura clásica que no desentonaba con la moda de la época, aunque provocaba una sensación como de melancolía. Un camino enlosado con piedras grises de distintos tamaños y formas y rodeados por unos arcos en los que crecían unos rosales, que incluso en esas ultimas semanas de verano, mostraban unas hermosas flores. Para cuando ella pudo apartar sus ojos de tan evocador panorama el carruaje ya se había ido hace un rato, sin hacer ruido alguno o al menos sin captarlos ella. Aceptando sin pensar el brazo de Vincent ambos caminaron juntos a través del sendero, disfrutando de la brisa nocturna que hacia que se dispersase la sempiterna niebla de Londres.
La puerta se abrió al poco de pisar los escalones del pórtico, sin que Lucienne supiese quien se había encargado de hacerlo, aunque apenas se percató, presa aún del inexplicable interés que el maduro caballero despertaba en ella. Cruzaron el amplio recibidor sin prestar atención alguna a los hermosos cuadros que, por lo poco que percibió ella debían de retratar a diversos familiares de Vincent. Subieron las escaleras de forma ceremoniosa, notándolas crujir levemente bajo sus pisadas. Surcaron el largo pasillo elegantemente decorado sin detenerse hasta cruzar el umbral del dormitorio del señor de la casa. Lucienne se sorprendió al notar que ese era su deseo, oculto hasta ahora. Sin darse cuenta un brillante fuego de la pasión se había prendido en su joven alma, y poco a poco amenazaba con consumirla. Vincent quizás contagiado de esa pasión, quizás consciente de ella le tomo en brazos con una fuerza que inesperadamente se ocultaba tras su envejecido aspecto y, apartando con cuidado las cortinas del dosel de la cama, postro a la acalorada joven en su lecho.
Lucienne no podía ver nada que no fuese él, no podía oír más que el rítmico latir de su corazón y no anhelaba más que sentir sus caricias. El hombre, con una facilidad propia tan solo de alguien con experiencia en esas lides, no tardó mucho en privar a la hermosa joven de sus lujosas vestimentas. El cuerpo de Lucienne se retorcía ansioso sobre las sabanas de seda gris, intentando por un ultimo arrebato de pudor cubrir con sus piernas su femenino cáliz. Su cuerpo, de piel blanca y tersa, con sus pechos subiendo y bajando al ritmo de su agitada respiración, coronados por dos dorados pezones que siempre habían permanecido ocultos a la vista de cualquier hombre, y el delicioso tesoro que se intuía por los rojizos cabellos que se arremolinaban tras la cobertura que intentaban ofrecer las bien formadas piernas. Para cualquier hombre hubiese costado permanecer firme y no dejarse arrastrar por los instintos que conlleva la envoltura carnal, pero Vincent lo contemplaba como si fuese una hermosa obra de arte, con los ojos brillando de admiración ante la hermosura que a la joven dama había dotado la juventud. Poco a poco alargo una de sus manos, más frías al tacto de lo que Lucienne había esperado, hacia el cuerpo de la muchacha, tocando suavemente una suave melodía de caricias que termino de inflamar la pasión en el alma de la joven. Las suaves aunque arrugadas manos recorrieron desde el primero hasta el ultimo de los rincones del cuerpo de Lucienne, provocando con ello que su excitación y su deseo aumentase. El tesoro que con tanto afán intentaba ocultar ella yacía ahora expuesto, dispuesto a aceptar aquello que ella deseaba que el hombre le ofreciese. Éste, como por arte de magia parecía haberse desnudado sin que ella lo percibiese y yacía ahora sobre ella, mirando con sus misteriosos ojos del color del hielo polar más allá de los brillantes ojos color miel de la sonrojada dama, parecía estar contemplando una parte de su alma. Ella noto que el hombre se unió por fin a ella, despertando con ello sensaciones de dolor y placer que hicieron que su cuerpo se retorciese inquieto. La suave melodía de caricias se convirtió en un concierto de sensaciones que proporcionaban a la joven un placer inmenso y la sumían aun más en un estado de éxtasis. Pese a la inexperiencia de Lucienne el dolor inicial dio paso enseguida a oleada tras oleada de placenteras emociones, hasta dejarla sin sentido.
Vincent, aun sobre el cuerpo de su reciente amante aproximó su rostro al de ella, juntando los labios en un suave beso. Mientras sus labios se separaban una brillante neblina surgió de la boca de rojizos labios de la joven para acompañar a la del caballero hasta introducirse en su interior. El cuerpo de Lucienne, cuya respiración era tranquila tras el arrebato pasional, empezó a detener su ritmo vital, hasta yacer inerte al poco, aun cubierta por el sudor y las fragancias de una joven que ha descubierto el amor carnal. Vincent se levanto de la cama, apartando las cortinas del dosel y se dirigió con paso tranquilo aunque seguro a su baño. El rostro bronceado de piel lisa y suave, labios de sensuales contornos, cabellos negros como la noche y ojos de un azul gélido de un joven le devolvieron la mirada desde el espejo. En sus labios se perfiló una sonrisa que no conocía de culpa alguna
2 comentarios
HaRmU -
En fin.. creo que muchos asienten con la cabeza cuando digo, que esperamos volver a saber de Vincent.. por favor.
Mil felicitaciones y todo eso, si tu ya sabes que es estupendo...
:****
meiga -
MIs mas sinceras felicitaciones artista.
;) :****