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El Castillo del Rey Kuranes

Una mañana cualquiera

El silencioso hombre de piel tiznada descorrió las cortinas de la habitación de su señor. La dorada luz del sol se posó sobre el joven de agradables rasgos que yacía sin apenas dar señas de vida en su elegante cama. Para Vincent el sueño solo era un estado en el que su cuerpo reducía el desgaste al mínimo necesario. Siempre había sido así para él, que nunca pudo recorrer las misteriosas Tierras del Sueño. De hecho carecía de la necesidad de dormir y más de una vez, si se entregaba con especial atención a alguna investigación, podía llegar a pasarse semanas sin permitirse reposo. Al reconocer los familiares ruidos de la actividad de su criado y notar la cálida caricia de la luz solar sobre su piel Vincent despertó de su trance.

Como cada mañana desde hace más de 20 años dedicó unos minutos a estudiar su aspecto con ayuda de un ornamentado espejo de mano, dedicando especial atención a las posibles marcas de envejecimiento en el rostro, las manos o el cabello. Se sintió satisfecho al ver que la Vida que Lucienne le había proporcionado hace tan solo unas semanas todavía mantenía su cuerpo joven, aunque en parte sabia que se debía a que en estas semanas apenas había realizado esfuerzo alguno. Sus estudios pasaban por una fase meramente teórica y las actividades intelectuales no requerían un excesivo gasto de energía. Tras esto el joven se levantó de su endoselada cama y con ayuda de su siervo se puso la túnica ceremonial de colores negro y plata, procedió a realizar las abluciones destinadas a purificarse y se preparó para realizar el ritual diario de la Orden.

Salió de su habitación y recorrió el alfombrado pasillo, arrastrando los bajos de su túnica detrás de él. Bajó las escaleras y cruzó el enorme recibidor sin pararse a contemplar las obras de arte que llenaban la estancia. Entró en la sala de música y descorrió el panel secreto proximo a la chimenea que daba paso a su pequeña capilla. Se arrodilló frente al altar que presidía una losa de piedra de un extraño color negro verdusco que parecía fluir y cambiar continuamente, en la que unas inscripciones en un idioma que no era de origen terrestre refulgían levemente. Mientras sus ojos recorrían los escritos y a través de su boca se repetían los extraños cánticos de forma mecánica, su mente vagaba entre sus bien organizados recuerdos hasta llegar a aquel que buscaba.

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