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El Castillo del Rey Kuranes

Memorias IV – Quiero vivir

- Quiero vivir

El joven repitió las palabras, que parecían negarse a abandonar la habitación como si cada una de las paredes las repitiesen. El rostro crispado de Vincent se relajó de repente y cayó su cabeza sobre la almohada, agotado su debilitado cuerpo por la intensidad de las emociones que acababa de experimentar. El Doctor, llevado por la práctica casi en tanta medida como por la preocupación por el frágil muchacho que yacía ante él, examinó inmediatamente a Vincent. El joven, aunque seguía vivo estaba más débil que nunca, y los intentos del medico por devolver a su alumno a la consciencia fueron inútiles. El joven parecía envejecer cada segundo, marchitándose su belleza como la de una flor separada de su tallo. Sus cabellos antaño negros como la noche caían ahora grises como la ceniza sobre la almohada, su piel morena se tornó del pálido color de la calavera y sus manos jóvenes reposaban arrugadas y sin apenas vida a los lados del decrépito cuerpo de Vincent. El Doctor mandó llamar a Lord Ashton, que acudió presuroso e interrogó preocupado al galeno mientras sostenía una mano de su primogénito entre las suyas, apenas conteniendo las lagrimas al contemplarle en tan paupérrimo estado. El Doctor cerró la puerta de la habitación con un gesto, y tras tranquilizar al sorprendido caballero dedicó más de una hora a explicar los métodos que había empleado para estudiar la afección de Vincent y la conclusión a la que había llegado mediante éstos.

Lord Alexander Ashton escuchó el relato atentamente, sepultado su escepticismo bajo el manto de la preocupación por su único hijo. Cuando el Doctor Blackmore dio por terminado su discurso, los dos hombre tomaron asiento uno a cada lado de la cama donde Vincent seguía postrado, cada vez más cerca de exhalar su ultimo suspiro. La habitación que hace poco más de una hora parecía repetir con voz propia las palabras del joven ahora le acompañaba en su sepulcral silencio. La atmósfera se torno tan densa y oscura, a pesar de la luz del sol que entraba por la ventana, que se diría que era de noche y que ninguno de los presentes respiraba siquiera. Finalmente los dos hombres, casi a un tiempo, alzaron la mirada del muchacho que para uno era su único hijo y para otro su querido alumno y sus miradas se encontraron. En los ojos de cada uno se reflejo la fuerte decisión que mostraban los del otro, y como si de alguna forma se hubiesen podido comunicar sin palabras, tomaron una decisión.

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