Blogia
El Castillo del Rey Kuranes

Las Cronicas de Lord Vincent Ashton

Lady Elena

Vincent, más concretamente su forma Astral, se deslizó escaleras arriba, levitando detrás de la desagradable sirvienta. Por la reacción de esta el mago supo que, como ocurre a menudo, la mujer se sentía incomoda sin saber porqué. Recorrieron un largo pasillo adornado por una papel pintado cuyo estado dejaba mucho que desear hasta detenerse enfrente de una gruesa puerta de roble, que la fantasmagórica forma del noble atravesó sin necesidad de abrirla. Dentro de la habitación yacía sobre una cama endoselada una mujer de aspecto enfermizo aunque hermoso rostro de belleza regia que reconoció inmediatamente como Lady Elena, la madre de Lucienne. Al verla su alma sufrió una pequeña turbulencia cuyo epicentro era la brillante estrella en la que se había convertido la Vida de Lucienne. La habitación era una de las pocas de la casa que no había sucumbido a la decadencia provocada por la falta de atención y los excesos del padrastro de Lucienne.

A través de las ricas cortinas de tonos dorados se filtraba la luz del sol e iluminaban la estancia dándole un cariz otoñal que no desentonaba del todo con el resto de la decoración. Las cortinas del dosel también eran de un tono dorado rojizo, la madera era de un marrón claro, la pintura de las paredes estaba ornamentada con motivos de hojas de arce, los tonos marrón y dorado presidían toda la estancia. En varios cuadros de la estancia estaba retratada Lady Elena en su juventud. Su aspecto entonces recordaba al de Lucienne, aunque sus líneas eran más estilizadas y su rostro no mostraba la misma energía. En el cuadro más grande, que se encontraba sobre la chimenea de la habitación aparecía vestida con un traje idéntico al que llevaba Lucienne el día que Vincent la conoció y se enamoró de ella.

Mientras Vincent había estudiado la habitación la sirvienta había hecho entrada y sin demasiados miramientos había despertado a la señora de la casa y le había puesto desmañadamente la bandeja sobre la mesilla, tras lo cual dejó el cuarto dando un sonoro portazo. El espíritu de Vincent se giró para contemplar adecuadamente a la dama. Estaba bebiendo con mano temblorosa el vaso de agua que habían traído en la bandeja. Vincent pudo ver que sus ojos brillaban con un brillo similar al de su hija. Ansiaba vivir, pero su físico, su salud no se lo permitía, y decidió que cuando esto acabase reuniría a Madre e Hija en su interior. Entonces, de repente, tras beber algo de agua, Lady Elena se quedó mirando la porción de aire donde flotaba la invisible forma de Vincent. Sus ojos, bordeados por ojeras, empezaron a empañarse con las lagrimas mientras sus labios musitaban, sin apenas fuerza, el nombre de su hija como si pudiese intuir que una parte de ella estaba ahí. Vincent se sintió impresionado por esta peculiar presciencia, e incomodo decidió abandonar la habitación, lo que no le impidió oír el desesperado llanto de la desconsolada dama.

Cruzó arriba y abajo la mansión, buscando al padrastro que había dado comienzo a los sufrimientos de la joven Lucienne y posiblemente ayudado a empeorar el estado de su madre. Aunque no pudo encontrarlo halló sobre la mesa del despacho una tarjeta que llevaba el sello de “Lunar Lair” una conocida casa de servicios de la ciudad, famosa por decirse capaz de satisfacer cualquier tipo de gusto de cualquier dama o caballero. Tras haber encontrado una muy probable pista sobre al menos una de las aficiones de Lord Richard y cansado por la tensión que viajar a través del éter durante tanto tiempo Vincent regresó su espíritu a su cuerpo, que notó sensiblemente más pesado y viejo que cuando inició su viaje de exploración. Aunque su cuerpo no parecía haber experimentado un gran cambio realmente había envejecido dos o tres años en tan solo unas pocas horas, y se vio obligado a llamar a su sirviente para que le ayudase a salir del agua y vestirse.

La Mansión McMilard

Los dorados rayos del Sol atravesaban la inmaterial figura del espíritu de Vincent mientras este surcaba el cielo por encima de los tejados de la urbe dejando tras de si el hilo de plata que le unía a su cuerpo físico. La forma astral del mago viajaba, invisible para cualquier ojo normal, a la velocidad del pensamiento en dirección a la mansión donde antes vivía la joven Lucienne, cuya Vida brillaba como si de una pequeña luciérnaga se tratase en el interior del alma de Vincent. Al no haber viajado la muchacha nunca de su mansión a la del noble no le quedo otro remedio a éste que buscar la localización de esta en un mapa. Desde el cielo pudo distinguir muy bien la ruta que debía seguir, y aunque no viajó tan rápido como podría haberlo hecho de conocer personalmente el trayecto al menos no tuvo que experimentar la incomoda sensación de moverse entre la gente y a través de los edificios de la ciudad, ya que esto provocaba una extraña sensación de observar sin ser visto que no llegaba a agradar del todo al hechicero, y más aun sabiendo que quizás otro de similares talentos podría percibir su presencia y aprovecharse de su vulnerable estado. Mientras estaba sumido en estas reflexiones llegó a los terrenos de la mansión familiar de los McMilard.

En los recuerdos de la joven Lucienne la mansión siempre aparecía como la recordaba de niña. Un pequeño trozo de paraíso en forma de mansión de construcción bastante reciente, con paredes blancas, ladrillos de un brillante color rojizo, elegantes ventanas de marcos de maderas nobles y embellecida por un hermoso jardín repleto de flores en el centro del que se alzaba un pequeño invernadero acristalado en el que crecían plantas exóticas. Cuando Vincent la vio en su estado actual apenas pudo reconocerla, aunque una pequeña vibración en su interior que reconoció como un estremecimiento por parte de Lucienne le confirmó que no se había equivocado. Las paredes de la mansión estaban manchadas y corroídas por la humedad, los ladrillos habían perdido su brillo y se habían tornado del color de la sangre seca y la madera de las ventanas se había ennegrecido. Pero era el jardín lo que más había cambiado y lo que otorgaba al conjunto un aire tétrico y decadente. La tierra aparecía yerma o estancada en diversas partes y allí donde quedaba vegetación esta eran malas hierbas que habrían asfixiado totalmente cualquier flor que osase crecer ahí, y en medio de ese triste espectáculo, donde antes se alzaba el precioso invernadero, yacía ahora un montón de cristales y listones metálicos y de madera sobre los que una planta trepadora de aspecto inusualmente siniestro se había desarrollado.

Movido por un impulso que le brotaba de su interior Vincent lanzó su forma astral a través de la cristalera del salón principal, que a pesar de las telarañas que cubrían la antaño resplandeciente lampara que colgaba del techo y de algunas manchas de humedad en las paredes mantenía su aspecto señorial debido principalmente a los retratos de la familia y los trofeos de caza que ornamentaban las paredes. No encontró ahí a quien buscaba y sin pararse a pensar, guiado por los recuerdos de Lucienne atravesó las paredes para recorrer la desordenada biblioteca, el deshabitado comedor y casi la mitad de la planta baja cuando de repente se cruzó con una sirvienta de aspecto descuidado y sucio que llevaba, con un gesto agrio en la cara, una bandeja con comida por las escaleras hasta el piso superior.

Viaje Astral

Con el baño ya listo Vincent recorrió el largo pasillo que era flanqueado por obras de artes y estaba cubierto por una espesa alfombra hasta el cuarto de baño, arrastrando detrás de si parte de la larga bata de seda que era su única vestimenta. En sus manos sostenía un pequeño incensario del que brotaba un humo grisáceo que emitía una estimulante fragancia. Cruzó el umbral de la sala, depositó sobre el enlosado suelo el incensario y cerró la puerta con un gesto, del mismo modo que antaño solía hacerlo su Maestro. Con otro movimiento similar prendió la llama en una lampara que, a través de unos cristales especiales, iluminaba con fragmentos de luz multicolor la estancia, que a pesar del Sol que lucía de forma desacostumbrada sobre la ciudad, estaba a oscuras con contraventanas y cortinas cortando el acceso a la luz. La luz de infinitas tonalidades brillaba sobre el vapor que surgía de la caliente agua que llenaba la bañera, y la convertía en una irisada niebla de misteriosas formas.

Vincent se soltó el cinturón que cerraba la bata que llevaba y dejó que esta resbalase suavemente por su cuerpo desnudo hasta el suelo, disfrutando del suave tacto de la seda, antes de comenzar a caminar hacia la bañera de bronce rebosante de agua caliente y de donde surgía el vapor que ahora, convertido en una niebla prismática, bañaba casi todo el cuarto de baño. Mientras el mago hundía su cuerpo de tersa piel morena en las aguas, donde ya se habían disuelto unas secretas sales y esencias que le servirían para propiciar una mejor concentración y potenciar su capacidad para llevar a cabo la actividad que se proponía, la Vida que había sido de su padre y que ahora reposaba en su interior le llenó con las memorias de aquel que fue el ultimo baño de su progenitor, en aquella misma bañera. Cuando terminó de hundir su cuerpo en las cálidas aguas, dejando la cabeza y la larga melena color azabache reposar fuera del agua, los vapores parecieron intentar derretir el hielo en a resuelta mirada del hombre, sin conseguirlo.

La bañera parecía una extraña balsa flotando en un mar de niebla multicolor, y su único tripulante, tras una serie de ejercicios respiratorios, aparentaba estar dormido. Poco a poca, a medida que los sentidos mundanos del joven iban apagándose se fueron abriendo los ojos de su espíritu. Cualquier otro ser con capacidades mágicas quizás habría podido ver la forma vagamente humanoide, de un tono blanco plateado y en cuyo interior brillaban un pequeño grupo de estrellas, que surgía del cuerpo del noble, unida a él por un cordón del mismo color. A través de los ojos de su mente Vincent podía ver perfectamente incluso a pesar de la escasa iluminación y la extraña atmósfera del cuarto de baño, y podía oír los silenciosos pasos de su siervo mientras trabajaba en el otro ala de la casa. A pesar de que esta no era la primera vez que Vincent realizaba un Viaje Astral, ni mucho menos, Vincent todavía se sorprendía de la capacidad sensorial que tenía su forma Astral, quizás para compensar la falta de tacto, gusto u olfato. Dedicó un momento a concentrarse para dominar sus sentidos, pues sabía del peligro que entrañaba salir de su mansión con semejante capacidad auditiva sin control a lo largo de la ruidosa urbe. Segundos después la espectral forma unida al cuerpo joven del mago por un plateado hilo cruzó la ventana, como si de aire se tratase y atravesada por la luz del Sol empezó a recorrer la ciudad hacia la que fuese la mansión de Lucienne.

Vuelta al tiempo actual

Después de acabar el ritual mientras se sumergía en el mar de sus propios recuerdos Vincent encargó a su siervo que le preparase un baño. A pesar de que el mago no poseía la capacidad de soñar, a veces cuando entraba en aquel trance similar al sueño de cualquier otra persona, los recuerdos de las Vidas que habitaban en él le asaltaban. Durante las últimas semanas, después de la Transferencia vital de Lucienne los recuerdos de la joven se le habían manifestado de forma continua aunque confusa. La vida de la muchacha, a pesar de la buena posición de su familia, parecía no haber sido sencilla ni placentera. Cuando Vincent la vio por primera vez ya percibió en ella, incluso a través de su mascarada de jovencita aburrida, un alma que buscaba liberarse marcada por las cicatrices del rechazo, y esa sensación se cumplimentó con un ansia de ser aceptada y de entregarse a alguien que le quisiese una vez que pudo compartir un rato con ella. Nunca había visto a nadie tan dispuesto a entregar su Vida, a huir así de la suya propia, y tampoco había vivido los recuerdos de ninguna otra de forma tan intensa y recurrente. Aunque al principio lo atribuyó a la juventud de Lucienne finalmente llegó a la conclusión de que debía averiguar más.

A través de los recuerdos de Lucienne, aunque extremadamente confusos, el noble pudo descubrir que la mayor parte de sus miedos y necesidades se derivaban de la falta de atención de su madre, Lady Elena, provocada por la forma en el que el padrastro de la joven, Lord Richard McMilard, absorbía continuamente su atención. El padrastro, que se casó con Lady Elena cuando Lucienne tenia cuatro años y tan solo hacia dos que había muerto su padre, era conocido por sus bruscos modales y sus excesos por gran parte de la sociedad londinense. En los recuerdos de la muchacha aparecía como un ogro cruel y hedonista, apestando a alcohol y gruñendo todo el tiempo. Pero Vincent sabía que algo más además de los quejidos de un bruto borracho tenían que haber afectado así a la joven que ahora formaba parte de él, y no pensaba descansar hasta averiguar de qué se trataba, a pesar de que algún compañero de la Orden le había advertido sobre los rumores que tachaban al escasamente virtuoso Lord McMilard de ser un peligroso diabolista.

El criado le comunicó, tras aproximársele con su habitual discreción, que el baño ya estaba listo, tal y como su señor le había indicado. Vincent comenzó a preparar el resto de cosas necesarias para llevar a cabo su peculiar investigación.

Memorias VI – La Transferencia

Lord Alexander Ashton se incorporó en la antigua bañera de bronce con el agua, todavía produciendo vapor, resbalando lentamente por su cuerpo desnudo. De una zancada sacó una pierna chorreando agua de la bañera para posarla sobre una suave alfombrilla de baño que comenzó a empaparse bajo su pie. Con otro movimiento similar terminó de abandonar el cálido abrazo del agua. Cruzó el frío suelo de loza hasta alcanzar el esponjoso albornoz con el que comenzó a restregarse para secarse sin perder calor. Salió del cuarto de baño y caminó sin hacer ruido calzado con unas cálidas pantuflas de suela blanda y envuelto en el esponjoso albornoz de color crema a lo largo del silencioso pasillo. Durante el trayecto hasta la habitación de su hijo, donde el Doctor Blackmore le esperaba, no pudo evitar sentirse observado por los numerosos retratos que colgaban de las paredes del corredor.

Cuando cruzó el umbral de la puerta de la habitación de Vincent no pudo evitar que un escalofrío le recorriese la espalda al ver el penoso estado de su hijo, que había empeorado visiblemente en las ultimas horas. El cuerpo de su hijo era poco más que piel sobre huesos. La mayor parte de su cabello, antes negro y brillante, yacía ahora gris y apagado sobre el suelo y la almohada, dejando su despoblada cabeza casi totalmente al descubierto. El Doctor estaba tomándole el pulso, y solo gracias a la palabra del médico llegó a asegurarse Lord Ashton de que no llegaban tarde para salvar al muchacho. El alquimista se incorporó y entrego al noble un bol con un espeso liquido de color azul verdoso, éste ingirió el nauseabundo contenido del recipiente aguantando las arcadas que el desagradable brebaje le provocaba. Poco a poco una sensación de hormigueo empezó a extenderse por su cuerpo. El Doctor le indicó que se quitase la ropa y se tumbase junto a su hijo, abrazándolo. Explicó esta orden porque creía que el contacto físico facilitaría que el inconsciente joven iniciase el proceso de adquirir energía vital. El noble obedeció, aunque sintió cierto reparo al tener que abrazar a su primogénito estando ambos desnudos. Al cabo de un rato una sensación de ligereza ya se había apoderado de Lord Ashton, que pese a tener los ojos cerrados empezó a vislumbrar una suave luz, que parecía lejana.

Apenas era un suave resplandor de un blanco plateado. A medida que notaba más cerca de sí la luz podía percibir una pequeña estrella que parecía titilar en su interior. El espíritu de Lord Ashton, como éste podía sentir, empezaba a separarse de su cuerpo. A medida que se acentuaba la sensación de ruptura con su envoltura mortal notaba que el resplandor que le rodeaba ganaba en intensidad. Se confirmó su sensación de que el resplandor plateado que le rodeaba y poco a poco le envolvía era su hijo cuando empezó a ver algunos fragmentos de sus recuerdos. Pero fue cuando descubrió que la pequeña estrella que brillaba en medio del conjunto era su querida Elizabeth cuando Lord Alexander Ashton se sintió lleno de un gozo que ya hacía tiempo había olvidado, justo mientras el último y etéreo hilo que unía su alma a su cuerpo se rompía. Elizabeth vivía en Vincent, y ahora los tres estarían juntos.

Los ojos de gélido azul de Vincent se abrieron. Su cuerpo, aunque algo pesado por la falta de ejercicio, volvía a ser joven y fuerte. A su lado yacía el cadáver de su padre, abrazado a él con una expresión de alegría en el rostro y restos de lagrimas en sus mejillas. Cuando pudo incorporarse vio a su Maestro rendido durmiendo en una silla, vencido por la tensión y el esfuerzo llevado a cabo. Vincent se levantó de la cama y dedico unos minutos a poner el cuerpo de su padre en una postura más digna y cubrirlo con la sabana. Luego se encaminó a la ventana y descorrió las cortinas. La rojiza luz del sol del alba inundó la habitación, pero parecía rendir especial homenaje al cuerpo desnudo del moreno joven de pelo negro y corto y rostro regio que miraba con sus ojos del color del iceberg el paisaje a través de la ventana.

Memorias V – Mientras dormía

El médico y el noble siguieron mirándose a los ojos durante un tiempo, intuyendo que el otro había tomado la misma decisión, pugnando en silencio sobre quien debería de ser el que la llevase a cabo. Al cabo de un rato fue el Doctor el que rompió el silencio con su voz rota por la gravedad de la situación.

- Usted es su padre, además mi vida hasta que conocí a este muchacho había perdido su interés. Y si él no hubiese sufrido una enfermedad desconocida quizás ni siquiera me habría interesado por él.

Lord Ashton negó con la cabeza:

- Se equivoca, Doctor. Aunque soy su padre y no he reparado en gastos para intentar curar a Vincent apenas he podido dedicarle tiempo. – Alzó una mano para acallar las protestas del curandero – Es justo que sea yo quien le otorgue vida si la necesita, además quizás así pueda reunirme con Elizabeth, su madre... esté donde esté. Redactare un nuevo testamento en el que Vincent heredara todo pero usted lo gestionará hasta que alcance la edad adulta, pero solo si permanece con él.

Esta vez fue el médico quien negó con la cabeza aunque sin demasiado entusiasmo y replicó tras reflexionar un tiempo.

- Agradezco su propuesta pero dudo mucho que su hijo lo prefiriese así.

- Se equivoca. Aunque estoy seguro de que mi hijo me quiere y me respeta ha establecido con usted un lazo muy fuerte. Además salta a la vista que usted Doctor, aprecia de veras a mi hijo y podrá ayudarle mejor que yo a comprender su naturaleza. En cualquier caso Vincent es mi responsabilidad y la decisión última depende de mi.

Aunque el Doctor Blackmore tenia el carácter frío y pragmático le costó reunir las fuerzas necesarias para tomarse unos minutos para recapacitar debido a la intensidad emocional del momento. Sopesó los pros y contras de la proposición que Lord Ashton acababa de exponer. Era cierto que él confiaba en comprender tarde o temprano la necesidad y la habilidad de Vincent de recibir Vida de otros, y era consciente de que Lord Ashton no disponía de conocimientos para conseguir algo así, y aunque pudiese localizar a alguien con los mismos conocimientos que el mismo Erasmus, dudaba que esa persona no quisiese aprovecharse de la situación. Luego, concluyó, realmente la propuesta del padre de Vincent era de entre las dos opciones la más segura para el muchacho. Se decidió y le informó de ello. Empezaron a tomar las medidas lo antes posible.

Mientras el Doctor comenzaba los preparativos para la Transferencia de Vida de padre a hijo Lord Alexander Ashton redactaba el nuevo testamento, con el mayordomo y el ama de llaves como testigos. Cuando terminó la redacción del mismo y tras mandar preparar un baño caliente con sales que debía tomarse por consejo del médico dio la noche libre como al servicio.

Memorias IV – Quiero vivir

- Quiero vivir

El joven repitió las palabras, que parecían negarse a abandonar la habitación como si cada una de las paredes las repitiesen. El rostro crispado de Vincent se relajó de repente y cayó su cabeza sobre la almohada, agotado su debilitado cuerpo por la intensidad de las emociones que acababa de experimentar. El Doctor, llevado por la práctica casi en tanta medida como por la preocupación por el frágil muchacho que yacía ante él, examinó inmediatamente a Vincent. El joven, aunque seguía vivo estaba más débil que nunca, y los intentos del medico por devolver a su alumno a la consciencia fueron inútiles. El joven parecía envejecer cada segundo, marchitándose su belleza como la de una flor separada de su tallo. Sus cabellos antaño negros como la noche caían ahora grises como la ceniza sobre la almohada, su piel morena se tornó del pálido color de la calavera y sus manos jóvenes reposaban arrugadas y sin apenas vida a los lados del decrépito cuerpo de Vincent. El Doctor mandó llamar a Lord Ashton, que acudió presuroso e interrogó preocupado al galeno mientras sostenía una mano de su primogénito entre las suyas, apenas conteniendo las lagrimas al contemplarle en tan paupérrimo estado. El Doctor cerró la puerta de la habitación con un gesto, y tras tranquilizar al sorprendido caballero dedicó más de una hora a explicar los métodos que había empleado para estudiar la afección de Vincent y la conclusión a la que había llegado mediante éstos.

Lord Alexander Ashton escuchó el relato atentamente, sepultado su escepticismo bajo el manto de la preocupación por su único hijo. Cuando el Doctor Blackmore dio por terminado su discurso, los dos hombre tomaron asiento uno a cada lado de la cama donde Vincent seguía postrado, cada vez más cerca de exhalar su ultimo suspiro. La habitación que hace poco más de una hora parecía repetir con voz propia las palabras del joven ahora le acompañaba en su sepulcral silencio. La atmósfera se torno tan densa y oscura, a pesar de la luz del sol que entraba por la ventana, que se diría que era de noche y que ninguno de los presentes respiraba siquiera. Finalmente los dos hombres, casi a un tiempo, alzaron la mirada del muchacho que para uno era su único hijo y para otro su querido alumno y sus miradas se encontraron. En los ojos de cada uno se reflejo la fuerte decisión que mostraban los del otro, y como si de alguna forma se hubiesen podido comunicar sin palabras, tomaron una decisión.

Memorias III – La Verdad

El Doctor soltó la mano del joven después de darle una suave palmada como muestra de afecto involuntaria y juntó las manos sobre su regazo mientras echaba la cabeza hacia atrás tomando aire con los ojos cerrados, gesto habitual en él al que Vincent se había acostumbrado. Estuvo en silencio tan solo unos minutos mientras Vincent contemplaba como las motas de polvo se veían subir y bajar a través de un haz de luz solar que entraba por la ventana. Finalmente el médico comenzó a hablar, su voz sonando fría y distante, sin posar la mirada en los ojos del joven, que escuchaba atento.

- Como ya has aprendido la hipnosis se puede emplear entre muchas otras cosas como un método
para despertar recuerdos que normalmente no serían accesibles de forma consciente. - Vincent asintió con un gesto - Las pociones que te he administrado y el incienso que empleé antes de la sesión de hoy tenían la función de sensibilizarte a ese tipo de tratamiento regresivo y ayudarnos a eliminar las barreras subconscientes de tus recuerdos. - El hombre dedicó unos momentos a ordenar sus ideas antes de seguir – Hoy, contigo, he conseguido los resultados más asombrosos empleando esta técnica. Has retrocedido a través de tus recuerdos hasta minutos antes de tu propia concepción. Aunque parezca inverosímil ya había leído que a veces puede ocurrir. Como ya sabrás durante tu parto hubo dificultades, la mayoría de las cuales nunca se supo a que atribuirlas. Lo más misterioso fue la repentina muerte, como por agotamiento, que sufrió tu madre a pesar de haber estado perfectamente sana durante todo el embarazo. - El médico llevo una mano a sus ojos cerrados, presionando los párpados con los dedos, intentando concentrarse y no dejarse llevar por las emociones – Tus recuerdos de esa fase, aunque muy rudimentarios me han permitido dilucidar en parte lo que, yo creo, explica tu estado actual así como muchas otras cosas. Tu memoria empieza con las primeras contracciones. Entonces estabas muy débil, la Vida se escapaba de tu pequeño cuerpo y de haber seguido la naturaleza su curso habitual tú habrías nacido muerto. Pero, aún no se como, tenias u obtuviste en aquel momento la capacidad de tomar Vida de otros. Tu madre, unida a ti como estaba, debió de sentir que la Vida te abandonaba y con un acto de amor recuerdas como hizo que su Vida pasara a ti. Cuando instantes después tu surgiste de su cuerpo, sano y fuerte, ella falleció al no quedar Vida en su interior. Ella se sacrificó por ti, así lo creo yo. Con el tiempo creo que la energía que ella te otorgó, su Vida, ha ido consumiéndose y creo que para recuperar tus fuerzas necesitarías tomar de nuevo la energía vital de otra persona.

El Doctor emitió un sonoro suspiro y volvió la mirada hacia el joven que durante estos meses se había convertido en su pupilo. El rostro delgado de Vincent permanecía tenso, las mandíbulas apretadas, y de sus ojos por primera vez en su vida brotaba un torrente de lagrimas que fluían por su rostro hasta caer en las sabanas que sus manos agarraban con fuerzas, marcándose los nudillos a través de la delgada capa de piel morena. Finalmente el muchacho habló, y aunque tan solo pronunció dos palabras lo hizo con tal ardor que parecía que el torrente de lagrimas que caía por sus mejillas se debiese a que el hielo azul de sus ojos se estuviese derritiendo.

- Quiero vivir.

Memorias II – Maestro

El Doctor Blackmore y Vincent pasaban solos la mayor parte del día sin salir de la habitación del muchacho. El médico era de carácter serio y algo agrio pero siempre consultaba cualquier acción con el joven y le explicaba todas las dudas que pudiesen tener. Este comportamiento satisfacía la curiosidad natural de Vincent y valoraba su inteligencia sin preocuparse por su estado físico, lo que hizo que el joven desarrollase un profundo respeto por el médico al que acabó llamando Maestro.

Al principio el Doctor se limitó a efectuar las pruebas médicas habituales sin obtener ningún resultado, como el resto de sus compañeros de profesión. Controlaba su pulso, su dieta, sus ciclos de sueño y sus reflejos sin obtener ningún resultado definitivo. Entonces el Doctor empezó a instruir al joven en la Teoría de Cábala, Alquimia, Brujería y otras clases de magia, amplió los conocimientos del muchacho sobre Religión, Filosofía y le enseño diversas formas de meditación. A pesar de que el joven no mejoraba físicamente absorbía los nuevos conocimientos con prodigiosa facilidad y mantenía tranquilo y apartado a su padre para poder seguir con sus estudios.

Al poco el médico empezó a tratar a Vincent mediante hipnosis, extraños brebajes, terapias de curación espiritual y otros tipos de estudios o soluciones de tintes esotéricos. Asimismo también comenzó a usar ciertas pequeñas capacidades mágicas delante del muchacho. Podía encender o apagar las velas sin tocarlas o emplear cerillas, a veces era capaz de oír los pensamientos de la gente (aunque confesó que no solía ser así con el propio Vincent) y otros pequeños trucos que aunque Vincent llegó a aprender no empleaba porque le fatigaban demasiado. Aunque los nuevos experimentos tampoco revelaron gran cosa eso cambió una tarde de principios de Primavera. El doctor había cerrado puertas y ventanas de la habitación de Vincent, había administrado al joven una serie de pociones y había prendido una incienso que llenó el aire con un humo de tinte ligeramente verdoso y olor acre, que daba a la habitación de paredes de madera de roble del joven el aspecto de un lugar encantado, filtrándose a través del humo la escasa luz de unas velas. El curandero comenzó a salmodiar un cántico mientras Vincent respiraba profundamente y seguía con la mirada un péndulo que el hombre hacia oscilar mientras sujetaba la dorada cadena con la mano. No tardó mucho en caer en un profundo trance hipnótico durante el cual del Doctor le fue guiando con preguntas que tan solo podía hacer un verdadero experto. Pasó más de una hora, y cuando Vincent se despertó del trance el Doctor, con la cara afectada por una profunda preocupación, puso una de sus manos sobre las del joven y tras apagar las velas y abrir ventanas y contraventanas con un simple gesto de su mano comenzó a hablar con la voz más ronca y cansada de lo habitual en él.

- Vincent, durante estos meses que hemos pasado intentando dilucidar que te ocurría has dado muestras de una gran inteligencia, que no me avergüenza decir, me ha sorprendido gratamente, y tu capacidad de aprendizaje siempre me ha llenado de orgullo.

- Gracias Maestro – susurró el fatigado joven con una nota de profundo respeto en la voz.

- He descubierto, creo, cual es la causa de tu estado actual y la posible solución, pero no es algo fácil de explicar o de asumir. Yo mismo no llego a entenderlo muy bien. En cualquier caso creo que tienes derecho a saberlo, pero tengo que advertirte sobre que quizás seria mejor para ti dejar las cosas como están e ignorar la verdad. Si aceptas escuchar la verdad quiero que sigas al pie de la letra todos mis consejos e instrucciones, ¿estas de acuerdo con esta única condición?

El ambiente de la habitación parecía seguir cargado a pesar de que la mayor parte del humo verdoso se había ido llevándose con él su fragancia. Ni el hombre ni el muchacho se movieron un ápice durante unos segundos que parecieron horas, finalmente el muchacho hizo un leve gesto de afirmación con la cabeza y miro con sus glaciales ojos azules al hombre al que llamaba maestro.

- Estoy de acuerdo, acepto las condiciones.

Memorias I - La Edad de la Inocencia

Vincent rondaba los catorce años de edad, pero aunque debería de estar dotado de la vitalidad y energía propias de la juventud llevaba varios años dando muestras de una debilidad que no parecía ir sí no a peor. Su familia, con su padre procedente de una adinerada familia burguesa y su difunta madre perteneciente a la baja nobleza, no tenía problemas económicos. Lord Alexander Ashton, el padre de Vincent, se aseguró que los mejores médicos del país visitasen a su hijo sin reparar en gastos. Vincent era el primer y único hijo, ya que Lady Ashton falleció de forma inesperada durante el parto. A pesar de esto el primogénito fue un bebe sano y un niño fuerte y activo, pero poco a poco sus energías parecían ir disminuyendo, aunque esto pasó en parte desapercibido hasta el momento en el que se hizo obvio por el peculiar carácter del niño.

El muchacho se crió en la antigua mansión familiar de los antepasados de su madre, bajo los quizás excesivos cuidados de su atento padre. Siempre fue un niño serio e incluso se sabía que de bebe no había derramado jamás una sola lagrima, además se comportaba con una educación y mostraba una inteligencia y un interés por aprender mucho mayores de las normales para su edad. Como nunca fue muy dado a practicar actividades físicas, aunque caminaba y corría tan bien como cualquier otro niño normal al principio, a partir de su duodécimo cumpleaños el joven Vincent se agotaba con facilidad y apenas salía de la biblioteca. Para cuando cumplió los trece años apenas podía moverse de la cama, aunque nadie podría decir que nunca hubiese estado enfermo, ni tan siquiera pasó nunca por un simple catarro.

Tras conseguir atraer a todos los especialistas de Harley Street sin ningún resultado positivo la familia recibió la visita de un hombre delgado, cargado de espaldas con la tez cetrina y horadada por la viruela que respondía al nombre de Doctor Erasmus Blackmore. A pesar de sus vestimentas algo pasadas de moda y la acritud de su tono trajo consigo cartas de recomendación de personalidades reconocidas, y una vez que la veracidad de dichas cartas pudo comprobarse satisfactoriamente no se puso ningún reparo en que el médico conociese al debilitado joven. La primera impresión que el joven Vincent tuvo del Doctor fue positiva, viendo en él a un hombre serio y con capacidad de pasarle a él sus muchos conocimientos. Cuando el médico comunicó su intención de estudiar la afección del muchacho con ayuda del mismo y sin otra compañía Vincent se mostró tan complacido e interesado que no tardó mucho Lord Ashton en aceptar sus condiciones. Así Vincent y el Doctor Blackmore pasaron juntos la mayor parte del tiempo mientras estudiaban la enfermedad, alojándose el médico en una habitación contigua a la del niño.

Una mañana cualquiera

El silencioso hombre de piel tiznada descorrió las cortinas de la habitación de su señor. La dorada luz del sol se posó sobre el joven de agradables rasgos que yacía sin apenas dar señas de vida en su elegante cama. Para Vincent el sueño solo era un estado en el que su cuerpo reducía el desgaste al mínimo necesario. Siempre había sido así para él, que nunca pudo recorrer las misteriosas Tierras del Sueño. De hecho carecía de la necesidad de dormir y más de una vez, si se entregaba con especial atención a alguna investigación, podía llegar a pasarse semanas sin permitirse reposo. Al reconocer los familiares ruidos de la actividad de su criado y notar la cálida caricia de la luz solar sobre su piel Vincent despertó de su trance.

Como cada mañana desde hace más de 20 años dedicó unos minutos a estudiar su aspecto con ayuda de un ornamentado espejo de mano, dedicando especial atención a las posibles marcas de envejecimiento en el rostro, las manos o el cabello. Se sintió satisfecho al ver que la Vida que Lucienne le había proporcionado hace tan solo unas semanas todavía mantenía su cuerpo joven, aunque en parte sabia que se debía a que en estas semanas apenas había realizado esfuerzo alguno. Sus estudios pasaban por una fase meramente teórica y las actividades intelectuales no requerían un excesivo gasto de energía. Tras esto el joven se levantó de su endoselada cama y con ayuda de su siervo se puso la túnica ceremonial de colores negro y plata, procedió a realizar las abluciones destinadas a purificarse y se preparó para realizar el ritual diario de la Orden.

Salió de su habitación y recorrió el alfombrado pasillo, arrastrando los bajos de su túnica detrás de él. Bajó las escaleras y cruzó el enorme recibidor sin pararse a contemplar las obras de arte que llenaban la estancia. Entró en la sala de música y descorrió el panel secreto proximo a la chimenea que daba paso a su pequeña capilla. Se arrodilló frente al altar que presidía una losa de piedra de un extraño color negro verdusco que parecía fluir y cambiar continuamente, en la que unas inscripciones en un idioma que no era de origen terrestre refulgían levemente. Mientras sus ojos recorrían los escritos y a través de su boca se repetían los extraños cánticos de forma mecánica, su mente vagaba entre sus bien organizados recuerdos hasta llegar a aquel que buscaba.

Un Relato para romper el hielo

La joven muchacha de cabellos cobrizos empezaba a aburrirse. La fiesta era como tantas otras y los invitados, a los que ya conocía le resultaban bastante insulsos. Vago entre la multitud que se congregaba en la sala de baile, jugando con un rizo que caía sobre sus pálidos hombros mientras observaba esperando ver algún rostro nuevo. No paso mucho hasta que sus ojos color miel dieron con unos de una tonalidad azul claro que recordaba a un glaciar. El dueño de dichos ojos parecía un hombre maduro, de cabellos grises y tez bronceada, unas arrugas bordeaban la comisura de sus labios y sus ojos. A pesar de su obvia diferencia de edad la joven no pudo reprimir un escalofrío provocado por la extraña atracción que ejercía el hombre sobre ella y por la intensidad con la que éste le miraba. Ambos se abrieron paso el uno hacia el otro a través de la sala de baile, esquivando un sinfín de parejas que seguían danzando. Cuando se encontraron frente a frente, pese a que ninguna palabra surgió de ninguno de los dos, se juntaron y comenzaron a bailar como en respuesta a una propuesta que nunca existió. Bailaron, bebieron y se estudiaron sin apenas intercambiar sus nombres. La joven se llamaba Lucienne, el enigmático caballero Vincent.

Cuando la fiesta se dio por acabada la joven siguió al caballero movida por esa indescriptible fascinación que él le producía. Tras ayudar a la muchacha a ponerse su plateada capa Vincent le acompaño hasta un carruaje que le esperaba. El carruaje era de una madera negra y brillante, tirado por dos corceles del mismo tono azabache. El conductor, un extranjero de piel tiznada aunque tan impecablemente vestido como si fuese el conductor de un carro de alguna familia real, se apresuro a abrirles la puerta haciéndoles una reverencia sin levantar en ningún momento la mirada hacia ellos. Ella accedió al interior del carruaje, produciendo un leve susurro los ricos tejidos de su vestido al acomodarse en el asiento forrado en un satén del color brillante de un vino añejo. Él entró después, cerrando la puerta y corriendo las cortinas como si quisiese preservar a su acompañante de cualquier mirada ajena. Ni ella ni él hablaron, pero estrecharon sus manos y no dejaron de mirarse a los ojos durante el viaje, como presas de un encantamiento.

Tras un tiempo que ella no podría haber precisado el carruaje se detuvo y él, precediéndola, le ayudo a bajarse delante de una hermosa, aunque algo intranquilizadora mansión. Esta tenia una estructura clásica que no desentonaba con la moda de la época, aunque provocaba una sensación como de melancolía. Un camino enlosado con piedras grises de distintos tamaños y formas y rodeados por unos arcos en los que crecían unos rosales, que incluso en esas ultimas semanas de verano, mostraban unas hermosas flores. Para cuando ella pudo apartar sus ojos de tan evocador panorama el carruaje ya se había ido hace un rato, sin hacer ruido alguno o al menos sin captarlos ella. Aceptando sin pensar el brazo de Vincent ambos caminaron juntos a través del sendero, disfrutando de la brisa nocturna que hacia que se dispersase la sempiterna niebla de Londres.

La puerta se abrió al poco de pisar los escalones del pórtico, sin que Lucienne supiese quien se había encargado de hacerlo, aunque apenas se percató, presa aún del inexplicable interés que el maduro caballero despertaba en ella. Cruzaron el amplio recibidor sin prestar atención alguna a los hermosos cuadros que, por lo poco que percibió ella debían de retratar a diversos familiares de Vincent. Subieron las escaleras de forma ceremoniosa, notándolas crujir levemente bajo sus pisadas. Surcaron el largo pasillo elegantemente decorado sin detenerse hasta cruzar el umbral del dormitorio del señor de la casa. Lucienne se sorprendió al notar que ese era su deseo, oculto hasta ahora. Sin darse cuenta un brillante fuego de la pasión se había prendido en su joven alma, y poco a poco amenazaba con consumirla. Vincent quizás contagiado de esa pasión, quizás consciente de ella le tomo en brazos con una fuerza que inesperadamente se ocultaba tras su envejecido aspecto y, apartando con cuidado las cortinas del dosel de la cama, postro a la acalorada joven en su lecho.

Lucienne no podía ver nada que no fuese él, no podía oír más que el rítmico latir de su corazón y no anhelaba más que sentir sus caricias. El hombre, con una facilidad propia tan solo de alguien con experiencia en esas lides, no tardó mucho en privar a la hermosa joven de sus lujosas vestimentas. El cuerpo de Lucienne se retorcía ansioso sobre las sabanas de seda gris, intentando por un ultimo arrebato de pudor cubrir con sus piernas su femenino cáliz. Su cuerpo, de piel blanca y tersa, con sus pechos subiendo y bajando al ritmo de su agitada respiración, coronados por dos dorados pezones que siempre habían permanecido ocultos a la vista de cualquier hombre, y el delicioso tesoro que se intuía por los rojizos cabellos que se arremolinaban tras la cobertura que intentaban ofrecer las bien formadas piernas. Para cualquier hombre hubiese costado permanecer firme y no dejarse arrastrar por los instintos que conlleva la envoltura carnal, pero Vincent lo contemplaba como si fuese una hermosa obra de arte, con los ojos brillando de admiración ante la hermosura que a la joven dama había dotado la juventud. Poco a poco alargo una de sus manos, más frías al tacto de lo que Lucienne había esperado, hacia el cuerpo de la muchacha, tocando suavemente una suave melodía de caricias que termino de inflamar la pasión en el alma de la joven. Las suaves aunque arrugadas manos recorrieron desde el primero hasta el ultimo de los rincones del cuerpo de Lucienne, provocando con ello que su excitación y su deseo aumentase. El tesoro que con tanto afán intentaba ocultar ella yacía ahora expuesto, dispuesto a aceptar aquello que ella deseaba que el hombre le ofreciese. Éste, como por arte de magia parecía haberse desnudado sin que ella lo percibiese y yacía ahora sobre ella, mirando con sus misteriosos ojos del color del hielo polar más allá de los brillantes ojos color miel de la sonrojada dama, parecía estar contemplando una parte de su alma. Ella noto que el hombre se unió por fin a ella, despertando con ello sensaciones de dolor y placer que hicieron que su cuerpo se retorciese inquieto. La suave melodía de caricias se convirtió en un concierto de sensaciones que proporcionaban a la joven un placer inmenso y la sumían aun más en un estado de éxtasis. Pese a la inexperiencia de Lucienne el dolor inicial dio paso enseguida a oleada tras oleada de placenteras emociones, hasta dejarla sin sentido.

Vincent, aun sobre el cuerpo de su reciente amante aproximó su rostro al de ella, juntando los labios en un suave beso. Mientras sus labios se separaban una brillante neblina surgió de la boca de rojizos labios de la joven para acompañar a la del caballero hasta introducirse en su interior. El cuerpo de Lucienne, cuya respiración era tranquila tras el arrebato pasional, empezó a detener su ritmo vital, hasta yacer inerte al poco, aun cubierta por el sudor y las fragancias de una joven que ha descubierto el amor carnal. Vincent se levanto de la cama, apartando las cortinas del dosel y se dirigió con paso tranquilo aunque seguro a su baño. El rostro bronceado de piel lisa y suave, labios de sensuales contornos, cabellos negros como la noche y ojos de un azul gélido de un joven le devolvieron la mirada desde el espejo. En sus labios se perfiló una sonrisa que no conocía de culpa alguna