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El Castillo del Rey Kuranes

Vuelta al tiempo actual

Después de acabar el ritual mientras se sumergía en el mar de sus propios recuerdos Vincent encargó a su siervo que le preparase un baño. A pesar de que el mago no poseía la capacidad de soñar, a veces cuando entraba en aquel trance similar al sueño de cualquier otra persona, los recuerdos de las Vidas que habitaban en él le asaltaban. Durante las últimas semanas, después de la Transferencia vital de Lucienne los recuerdos de la joven se le habían manifestado de forma continua aunque confusa. La vida de la muchacha, a pesar de la buena posición de su familia, parecía no haber sido sencilla ni placentera. Cuando Vincent la vio por primera vez ya percibió en ella, incluso a través de su mascarada de jovencita aburrida, un alma que buscaba liberarse marcada por las cicatrices del rechazo, y esa sensación se cumplimentó con un ansia de ser aceptada y de entregarse a alguien que le quisiese una vez que pudo compartir un rato con ella. Nunca había visto a nadie tan dispuesto a entregar su Vida, a huir así de la suya propia, y tampoco había vivido los recuerdos de ninguna otra de forma tan intensa y recurrente. Aunque al principio lo atribuyó a la juventud de Lucienne finalmente llegó a la conclusión de que debía averiguar más.

A través de los recuerdos de Lucienne, aunque extremadamente confusos, el noble pudo descubrir que la mayor parte de sus miedos y necesidades se derivaban de la falta de atención de su madre, Lady Elena, provocada por la forma en el que el padrastro de la joven, Lord Richard McMilard, absorbía continuamente su atención. El padrastro, que se casó con Lady Elena cuando Lucienne tenia cuatro años y tan solo hacia dos que había muerto su padre, era conocido por sus bruscos modales y sus excesos por gran parte de la sociedad londinense. En los recuerdos de la muchacha aparecía como un ogro cruel y hedonista, apestando a alcohol y gruñendo todo el tiempo. Pero Vincent sabía que algo más además de los quejidos de un bruto borracho tenían que haber afectado así a la joven que ahora formaba parte de él, y no pensaba descansar hasta averiguar de qué se trataba, a pesar de que algún compañero de la Orden le había advertido sobre los rumores que tachaban al escasamente virtuoso Lord McMilard de ser un peligroso diabolista.

El criado le comunicó, tras aproximársele con su habitual discreción, que el baño ya estaba listo, tal y como su señor le había indicado. Vincent comenzó a preparar el resto de cosas necesarias para llevar a cabo su peculiar investigación.

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