Memorias VI La Transferencia
Lord Alexander Ashton se incorporó en la antigua bañera de bronce con el agua, todavía produciendo vapor, resbalando lentamente por su cuerpo desnudo. De una zancada sacó una pierna chorreando agua de la bañera para posarla sobre una suave alfombrilla de baño que comenzó a empaparse bajo su pie. Con otro movimiento similar terminó de abandonar el cálido abrazo del agua. Cruzó el frío suelo de loza hasta alcanzar el esponjoso albornoz con el que comenzó a restregarse para secarse sin perder calor. Salió del cuarto de baño y caminó sin hacer ruido calzado con unas cálidas pantuflas de suela blanda y envuelto en el esponjoso albornoz de color crema a lo largo del silencioso pasillo. Durante el trayecto hasta la habitación de su hijo, donde el Doctor Blackmore le esperaba, no pudo evitar sentirse observado por los numerosos retratos que colgaban de las paredes del corredor.
Cuando cruzó el umbral de la puerta de la habitación de Vincent no pudo evitar que un escalofrío le recorriese la espalda al ver el penoso estado de su hijo, que había empeorado visiblemente en las ultimas horas. El cuerpo de su hijo era poco más que piel sobre huesos. La mayor parte de su cabello, antes negro y brillante, yacía ahora gris y apagado sobre el suelo y la almohada, dejando su despoblada cabeza casi totalmente al descubierto. El Doctor estaba tomándole el pulso, y solo gracias a la palabra del médico llegó a asegurarse Lord Ashton de que no llegaban tarde para salvar al muchacho. El alquimista se incorporó y entrego al noble un bol con un espeso liquido de color azul verdoso, éste ingirió el nauseabundo contenido del recipiente aguantando las arcadas que el desagradable brebaje le provocaba. Poco a poco una sensación de hormigueo empezó a extenderse por su cuerpo. El Doctor le indicó que se quitase la ropa y se tumbase junto a su hijo, abrazándolo. Explicó esta orden porque creía que el contacto físico facilitaría que el inconsciente joven iniciase el proceso de adquirir energía vital. El noble obedeció, aunque sintió cierto reparo al tener que abrazar a su primogénito estando ambos desnudos. Al cabo de un rato una sensación de ligereza ya se había apoderado de Lord Ashton, que pese a tener los ojos cerrados empezó a vislumbrar una suave luz, que parecía lejana.
Apenas era un suave resplandor de un blanco plateado. A medida que notaba más cerca de sí la luz podía percibir una pequeña estrella que parecía titilar en su interior. El espíritu de Lord Ashton, como éste podía sentir, empezaba a separarse de su cuerpo. A medida que se acentuaba la sensación de ruptura con su envoltura mortal notaba que el resplandor que le rodeaba ganaba en intensidad. Se confirmó su sensación de que el resplandor plateado que le rodeaba y poco a poco le envolvía era su hijo cuando empezó a ver algunos fragmentos de sus recuerdos. Pero fue cuando descubrió que la pequeña estrella que brillaba en medio del conjunto era su querida Elizabeth cuando Lord Alexander Ashton se sintió lleno de un gozo que ya hacía tiempo había olvidado, justo mientras el último y etéreo hilo que unía su alma a su cuerpo se rompía. Elizabeth vivía en Vincent, y ahora los tres estarían juntos.
Los ojos de gélido azul de Vincent se abrieron. Su cuerpo, aunque algo pesado por la falta de ejercicio, volvía a ser joven y fuerte. A su lado yacía el cadáver de su padre, abrazado a él con una expresión de alegría en el rostro y restos de lagrimas en sus mejillas. Cuando pudo incorporarse vio a su Maestro rendido durmiendo en una silla, vencido por la tensión y el esfuerzo llevado a cabo. Vincent se levantó de la cama y dedico unos minutos a poner el cuerpo de su padre en una postura más digna y cubrirlo con la sabana. Luego se encaminó a la ventana y descorrió las cortinas. La rojiza luz del sol del alba inundó la habitación, pero parecía rendir especial homenaje al cuerpo desnudo del moreno joven de pelo negro y corto y rostro regio que miraba con sus ojos del color del iceberg el paisaje a través de la ventana.
Cuando cruzó el umbral de la puerta de la habitación de Vincent no pudo evitar que un escalofrío le recorriese la espalda al ver el penoso estado de su hijo, que había empeorado visiblemente en las ultimas horas. El cuerpo de su hijo era poco más que piel sobre huesos. La mayor parte de su cabello, antes negro y brillante, yacía ahora gris y apagado sobre el suelo y la almohada, dejando su despoblada cabeza casi totalmente al descubierto. El Doctor estaba tomándole el pulso, y solo gracias a la palabra del médico llegó a asegurarse Lord Ashton de que no llegaban tarde para salvar al muchacho. El alquimista se incorporó y entrego al noble un bol con un espeso liquido de color azul verdoso, éste ingirió el nauseabundo contenido del recipiente aguantando las arcadas que el desagradable brebaje le provocaba. Poco a poco una sensación de hormigueo empezó a extenderse por su cuerpo. El Doctor le indicó que se quitase la ropa y se tumbase junto a su hijo, abrazándolo. Explicó esta orden porque creía que el contacto físico facilitaría que el inconsciente joven iniciase el proceso de adquirir energía vital. El noble obedeció, aunque sintió cierto reparo al tener que abrazar a su primogénito estando ambos desnudos. Al cabo de un rato una sensación de ligereza ya se había apoderado de Lord Ashton, que pese a tener los ojos cerrados empezó a vislumbrar una suave luz, que parecía lejana.
Apenas era un suave resplandor de un blanco plateado. A medida que notaba más cerca de sí la luz podía percibir una pequeña estrella que parecía titilar en su interior. El espíritu de Lord Ashton, como éste podía sentir, empezaba a separarse de su cuerpo. A medida que se acentuaba la sensación de ruptura con su envoltura mortal notaba que el resplandor que le rodeaba ganaba en intensidad. Se confirmó su sensación de que el resplandor plateado que le rodeaba y poco a poco le envolvía era su hijo cuando empezó a ver algunos fragmentos de sus recuerdos. Pero fue cuando descubrió que la pequeña estrella que brillaba en medio del conjunto era su querida Elizabeth cuando Lord Alexander Ashton se sintió lleno de un gozo que ya hacía tiempo había olvidado, justo mientras el último y etéreo hilo que unía su alma a su cuerpo se rompía. Elizabeth vivía en Vincent, y ahora los tres estarían juntos.
Los ojos de gélido azul de Vincent se abrieron. Su cuerpo, aunque algo pesado por la falta de ejercicio, volvía a ser joven y fuerte. A su lado yacía el cadáver de su padre, abrazado a él con una expresión de alegría en el rostro y restos de lagrimas en sus mejillas. Cuando pudo incorporarse vio a su Maestro rendido durmiendo en una silla, vencido por la tensión y el esfuerzo llevado a cabo. Vincent se levantó de la cama y dedico unos minutos a poner el cuerpo de su padre en una postura más digna y cubrirlo con la sabana. Luego se encaminó a la ventana y descorrió las cortinas. La rojiza luz del sol del alba inundó la habitación, pero parecía rendir especial homenaje al cuerpo desnudo del moreno joven de pelo negro y corto y rostro regio que miraba con sus ojos del color del iceberg el paisaje a través de la ventana.
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